La
gira de documentales Ambulante del presente año fue la más concurrida a la que
he asistido hasta ahora. Desafortunadamente por ésta y otras razones referentes
a la desorganización de la gira, no pude asistir a tantas funciones como en
años anteriores; no obstante, tuve la oportunidad de ver siete filmes: The people vs George Lucas, Tiroteo, The
Libertines, Una noche en el 67, Los viajes de A tribe called quest, Bombay Beach y The
Arbor.
Principalmente
me gustaría abordar estos dos últimos, ya que en mi opinión, a pesar de las
diferencias entre sus temas, ambos caen en errores similares:
Desde
el inicio del documental, la ficción fue un elemento inherente a éste. Siempre
se supo que la verdad absoluta y objetiva jamás llegaría a ser capturada a través
de una lente. No obstante, son las realidades engañosas las que uno como
público aprecia más en un documental, tales como las que se dan en Nanook of the North y Man of Aran, ambas de Robert
Flaherty. Un ejemplo
más reciente se encuentra en Catfish de
Henry Joost y Ariel Schulman, la cual, a pesar de las múltiples críticas que
señalan los altos niveles de ficción dentro de la película, ésta se mantiene
como una sólida propuesta cinematográfica y con un interesante mensaje.
El
primer largometraje de Clio Barnard, The
Arbor, plantea desde el principio que todas las entrevistas dentro de éste
son en realidad puestas en escena
basadas en testimonios y personas reales. Dicho factor llamó rápidamente mi
atención y comencé a formularme una serie de preguntas: ¿Porqué no habrá
entrevistado a las personas verdaderas? ¿Habrá tenido problemas en contactarse
con ellas? ¿Le habrán pedido que no mostrara su imagen? ¿Será que el tema sea
tan complejo que amerite la utilización de actores? Todas éstas dudas me las formulé
con cierto entusiasmo, pero mientras avanzaba la película las deseché poco a poco.
El
documental relata la historia de
la joven dramaturga Andrea Dunbard y cómo es que sus actos y adicciones
terminaron por afectar la vida de sus hijas Lorraine y Lisa.
Ciertamente
la película está llena de drama e interesantes conflictos interpersonales, sin
embargo, no podía evitar la sensación de que en realidad estaba viendo algo, en
cierta medida, morboso. En un punto del filme, la historia comienza a centrarse
en la vida de Lorraine, en sus adicciones y la pérdida de su hijo, y en
múltiples ocasiones la cámara se centra en el sufrido rostro de ella (o más
bien, de su representación), para verla reflexionar sobre su vida o derramar
unas cuántas lágrimas. No me pareció correcto.
Sí,
he mencionado que la ficción es un elemento inherente del documental, pero si
se está tratando con un tema con ése nivel de intimidad personal, ¿No es justo
que las personas reales sean quienes den sus propios testimonios? Sí, debo admitir
que las actuaciones son bastante convincentes, y he ahí el mérito de la
película, ¿Pero acaso no las microexpresiones, valen tanto en una entrevista
como las palabras que dice el entrevistado? Uno no puede esperar que por más
preparados que sus actores sean, estos otorguen los exactos mismos gestos y
microexpresiones de los personajes que pretenden encarnar.
De
ésta manera, me pareció que The Arbor
no sólo falló en contar efectivamente su historia, sino también de otorgarle
una verdadera reflexión al espectador.
Por
otra parte está el filme de Alma Har’el, Bombay
Beach, el cual relata las vidas de varios individuos que tienen en común
residir en una decadente región de los Estados Unidos, donde el espíritu del
sueño americano no logró establecerse.
Escena de Bombay Beach |
Hablar
de éste filme me causa algo de conflicto, ya que, por una parte admito que
llegó a conmoverme e incitarme a reflexionar sobre el significado de la
felicidad y su relación directa con el entorno que lo rodea a uno; no obstante,
las secuencias montadas que se intercalan con las entrevistas provocan que uno
como espectador se salga del “mood” de la película y le haga pensar que todo es
en realidad una puesta en escena…y muy probablemente lo sea, pero al igual que
en los filmes de Flaherty, se trata de una ficción que uno quiere creer.
Una
pareja en conflicto con Control Parental y su niño con déficit de atención, un
viejo que ya no le encuentra significado a la vida y un joven enamorado de una
chica que se encuentra en una relación, son los focos sobre los cuáles se
centra la película. En el caso del viejo, a mi parecer, la historia se relata
de manera muy eficaz al trasmitir la soledad que éste siente; por su
parte, la historia de la pareja y
su hijo, a pesar de sus momentos melodramáticos o “cursis”, llega a ser muy
conmovedora; sin embargo, el caso del muchacho enamorado es en mi opinión el
más forzado de todos: Las entrevistas no son nada verosímiles, varias de sus
escenas parecen ser parte de un reality show, y una de sus secuencias montadas (en la que el muchacho sale en una cita
con su enamorada) cae irrefutablemente en lo ridículo.
Bombay Beach no es a mis ojos una película fallida, sin
embargo creo que se asemeja a The Arbor
en no lograr trasmitir completamente su mensaje. Además, al verla,
uno como espectador no sabe si o dejarse llevar por la ficción o tener bien
presente que eso es lo que se ve: una ficción.
Respecto
al resto de los filmes que vi éste año puedo decir que a pesar de sus propios
defectos, me parecieron muy interesantes.
De
la sección de “sonidero” vi tres documentales: Una noche en el 67, Los viajes de A tribe called quest y The Libertines. Estos dos últimos se
asemejan en cuanto a que buscan relatar la trayectoria de un determinado grupo
musical y profundizar en la relación de sus integrantes; sin embargo, creo que
Michael Rapaport ( director de Los viajes
de A tribe called quest) logra una narrativa mucho más cautivante que la
de la Roger Sargent ( director de The Libertines), ya que, mientras éste
último basa su filme en
grabaciones de largas entrevistas, Rapaport acompaña sus testimonios con
imágenes, animaciones y música
que, a mi parecer, trasmiten de manera efectiva la esencia del hip-hop, el
género musical sobre el cual se centra el filme.
Por
su parte, Una noche en el 67 de Ricardo Calil y Renato Terra, narra los
acontecimientos sobresalientes de uno de los festivales que definió el rumbo de
la música brasileña. El tema resulta muy interesante y, lógicamente, la música
ameniza todo el filme; sin embargo, diría yo que su único y principal defecto
es la carencia de material, ya que
tan sólo se utilizan las entrevistas con los músicos, intercaladas con
secuencias del festival, lo cuál puede llegar a ser un poco tedioso.
No
puedo decir que éste haya sido uno de los mejores documentales que he visto, pero creo que The people vs. George Lucas de Alexandre
O. Phillipe (Donde se muestra la turbulenta relación que el director tiene con
sus fans) utiliza una narrativa muy buena, al relatar un conflicto en constante
asenso, y descrito por muy diversos puntos de vista.Por supuesto, todo esto
acompañado de un buen toque de humor.
Para
ser sincero, el documental no era un género que llamase mi atención hasta hace poco.
Consideraba que, siendo yo un aspirante a guionista, ésta era una rama del cine
donde mi capacidad como narrador se encontraba completamente limitada por la
información obtenida de la investigación y los datos duros.
No obstante, en los últimos meses he llegado a la conclusión de que el
núcleo de un buen documental no siempre radica en encontrar un tema único e
inexplorado (lo cuál también puede ser importante), sino en saber presentar el
tema elegido, en estructurar la información; en encontrar un código narrativo
que de sentido a todas las piezas que le han sido otorgadas a uno, para atrapar
al público, cautivarlo y moverlo a la reflexión.
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