domingo, 3 de junio de 2012

AUTORRETRATO

Garabatos

Las capas de la imagen

"MIMETISMO" de Remedios Varo


Una mujer decidió sentarse, para nunca jamás volverse a mover. Probablemente no le vio más el caso o inclusive simplemente se olvidó de hacerlo. Da igual. No parece molestarle. No muestra oposición alguna hacia la rigidez que le crece desde dentro; que le transforma la piel en tapiz; que hace de sus extremidades, complementos de su mismo asiento. 
Simplemente se deja perder en aquella calma inmóvil; esperando, tal vez, que en algún punto de su metamorfosis la mente se le condense en madera y ahogue su conciencia desprevenida; que mueran atrapados los recuerdos dolorosos y las mortificaciones cotidianas.  

No desea la muerte, pero tampoco seguir viviendo. Solamente existir. Ser un objeto.  Ser indiferente. Ser insensible.  Dejar de ser más participe de la compleja y tortuosa condición humana.    Es imposible saber si ésta fuera su decisión al sentarse o si lo dedujera después, pero sea como fuere ahora está determinada a llevar su transformación hasta sus últimas consecuencias. Se le ve en los ojos que, perdidos en el horizonte, esperan pacientes ser abrazados por la parálisis invasora.

A su rededor, los muebles lucen ahora más vivos que ella misma. Tal vez se hicieron del vigor que la mujer decidió abandonar, o han entrado en confianza con su  antigua dueña. Ya no son más su sirvientes, sino su semejante. 
Por último, desde un pequeño hoyo en el suelo, un testigo presencia la metamorfosis de la mujer: su gato. Quien, hallándose ahora sin ama, denota la consternación que le depara su futuro incierto.



POST-MORTEM

Una familia posa para su foto de estudio: Madre e hija miran hacia un punto indefinido en el horizonte, mientras que, por su parte, el padre es el único que enfrenta al fotógrafo.  El foco se encuentra concentrado completamente en el inexpresivo rostro  de la muchacha, provocando que la nitidez en ambos de sus padres se deteriore de manera considerable.

En sí, la fotografía podría resultar bastante ordinaria.      El nombre del fotógrafo es desconocido, la ejecución no es excepcional y la situación retratada posee tintes muy cotidianos. Sin embargo, si se toma en cuenta que la muchacha retratada, en realidad se encuentra fallecida, la imagen se carga automáticamente de significado:

Padre y madre han decidido tomarse una última foto con su hija antes de que sea enterrada. Para eso la han maquillado y vestido con sus mejores ropas; por otra parte, le han abierto los ojos para que de la apariencia de aún estar viva. De alguna manera, piensan inventarse una memoria. Un recuerdo al cual puedan recurrir cuando la ausencia de su amada les carcoma las entrañas y puedan decirse "Aquí estamos con nuestra hija, de verdad estuvimos con ella hasta el final".

Como ya había sido señalado, el padre es el único que mira hacia la cámara. Es casi desafiante, como si buscase demostrar al fotógrafo que ni siquiera aquella circunstancia será suficiente para derribarlo. No a un hombre como él.  No obstante la madre no ve hacia la cámara, sino que acompaña a la mirada perdida de su hija. No piensa abandonarla. Es más, se irá con ella si es necesario. Por último, el protagonismo otorgado por el foco sobre la muchacha, no hace más que recalcar la falta de nitidez y de sentido que la perdida de un hijo provoca sobre la vida de los padres.

El mercado de mi padre (Cannibal tours)

El mercado de mi padre

sábado, 2 de junio de 2012

Una vida de lucha

Una vida de lucha

Ejercicio sustituto a mi trabajo de "Human remains".
Grabación del movimiento "Yo soy 132" en la plaza de las tres culturas.


viernes, 9 de marzo de 2012

La muerte de Santo Polito

http://vimeo.com

Sobre Ambulante...




La gira de documentales Ambulante del presente año fue la más concurrida a la que he asistido hasta ahora. Desafortunadamente por ésta y otras razones referentes a la desorganización de la gira, no pude asistir a tantas funciones como en años anteriores; no obstante, tuve la oportunidad de ver siete filmes: The people vs George Lucas, Tiroteo, The Libertines, Una noche en el 67, Los viajes  de A tribe called quest,  Bombay Beach  y The Arbor.

Principalmente me gustaría abordar estos dos últimos, ya que en mi opinión, a pesar de las diferencias entre sus temas, ambos caen en errores similares:

Desde el inicio del documental, la ficción fue un elemento inherente a éste. Siempre se supo que la verdad absoluta y objetiva jamás llegaría a ser capturada a través de una lente. No obstante, son las realidades engañosas las que uno como público aprecia más en un documental, tales como las que se dan en Nanook of the North y Man of Aran, ambas de Robert Flaherty.    Un ejemplo más reciente se encuentra en Catfish de Henry Joost y Ariel Schulman, la cual, a pesar de las múltiples críticas que señalan los altos niveles de ficción dentro de la película, ésta se mantiene como una sólida propuesta cinematográfica y con un interesante mensaje.

El primer largometraje de Clio Barnard, The Arbor, plantea desde el principio que todas las entrevistas dentro de éste son en realidad  puestas en escena basadas en testimonios y personas reales. Dicho factor llamó rápidamente mi atención y comencé a formularme una serie de preguntas: ¿Porqué no habrá entrevistado a las personas verdaderas? ¿Habrá tenido problemas en contactarse con ellas? ¿Le habrán pedido que no mostrara su imagen? ¿Será que el tema sea tan complejo que amerite la utilización de actores? Todas éstas dudas me las formulé con cierto entusiasmo, pero mientras avanzaba la película las  deseché poco a poco.



El documental relata  la historia de la joven dramaturga Andrea Dunbard y cómo es que sus actos y adicciones terminaron por afectar la vida de sus hijas Lorraine y Lisa.

Ciertamente la película está llena de drama e interesantes conflictos interpersonales, sin embargo, no podía evitar la sensación de que en realidad estaba viendo algo, en cierta medida, morboso. En un punto del filme, la historia comienza a centrarse en la vida de Lorraine, en sus adicciones y la pérdida de su hijo, y en múltiples ocasiones la cámara se centra en el sufrido rostro de ella (o más bien, de su representación), para verla reflexionar sobre su vida o derramar unas cuántas lágrimas. No me pareció correcto.

Sí, he mencionado que la ficción es un elemento inherente del documental, pero si se está tratando con un tema con ése nivel de intimidad personal, ¿No es justo que las personas reales sean quienes den sus propios testimonios? Sí, debo admitir que las actuaciones son bastante convincentes, y he ahí el mérito de la película, ¿Pero acaso no las microexpresiones, valen tanto en una entrevista como las palabras que dice el entrevistado? Uno no puede esperar que por más preparados que sus actores sean, estos otorguen los exactos mismos gestos y microexpresiones de los personajes que pretenden encarnar.
De ésta manera, me pareció que The Arbor no sólo falló en contar efectivamente su historia, sino también de otorgarle una verdadera reflexión al espectador.

Por otra parte está el filme de Alma Har’el, Bombay Beach, el cual relata las vidas de varios individuos que tienen en común residir en una decadente región de los Estados Unidos, donde el espíritu del sueño americano no logró establecerse.
Escena de Bombay Beach
Hablar de éste filme me causa algo de conflicto, ya que, por una parte admito que llegó a conmoverme e incitarme a reflexionar sobre el significado de la felicidad y su relación directa con el entorno que lo rodea a uno; no obstante, las secuencias montadas que se intercalan con las entrevistas provocan que uno como espectador se salga del “mood” de la película y le haga pensar que todo es en realidad una puesta en escena…y muy probablemente lo sea, pero al igual que en los filmes de Flaherty, se trata de una ficción que uno quiere creer.

Una pareja en conflicto con Control Parental y su niño con déficit de atención, un viejo que ya no le encuentra significado a la vida y un joven enamorado de una chica que se encuentra en una relación, son los focos sobre los cuáles se centra la película. En el caso del viejo, a mi parecer, la historia se relata de manera muy eficaz al trasmitir la soledad que éste siente; por su parte,  la historia de la pareja y su hijo, a pesar de sus momentos melodramáticos o “cursis”, llega a ser muy conmovedora; sin embargo, el caso del muchacho enamorado es en mi opinión el más forzado de todos: Las entrevistas no son nada verosímiles, varias de sus escenas parecen ser parte de un reality show, y una de sus secuencias montadas  (en la que el muchacho sale en una cita con su enamorada) cae irrefutablemente en lo ridículo.

Bombay Beach no es a mis ojos una película fallida, sin embargo creo que se asemeja a The Arbor en no lograr trasmitir completamente su mensaje.         Además, al verla, uno como espectador no sabe si o dejarse llevar por la ficción o tener bien presente que eso es lo que se ve: una ficción.

Respecto al resto de los filmes que vi éste año puedo decir que a pesar de sus propios defectos, me parecieron muy interesantes.

De la sección de “sonidero” vi tres documentales: Una noche en el 67, Los viajes de A tribe called quest y The Libertines. Estos dos últimos se asemejan en cuanto a que buscan relatar la trayectoria de un determinado grupo musical y profundizar en la relación de sus integrantes; sin embargo, creo que Michael Rapaport ( director de Los viajes de A tribe called quest) logra una narrativa mucho más  cautivante que la de  la Roger Sargent ( director de The Libertines), ya que, mientras éste último basa su filme en  grabaciones de largas entrevistas, Rapaport acompaña sus testimonios con imágenes,  animaciones y música que, a mi parecer, trasmiten de manera efectiva la esencia del hip-hop, el género musical sobre el cual se centra el filme.

Por su parte, Una noche en el 67 de Ricardo Calil y Renato Terra, narra los acontecimientos sobresalientes de uno de los festivales que definió el rumbo de la música brasileña. El tema resulta muy interesante y, lógicamente, la música ameniza todo el filme; sin embargo, diría yo que su único y principal defecto es la carencia de material, ya que  tan sólo se utilizan las entrevistas con los músicos, intercaladas con secuencias del festival, lo cuál puede llegar a ser un poco tedioso.

No puedo decir que éste haya sido uno de los mejores  documentales que he visto, pero creo que The people vs. George Lucas de Alexandre O. Phillipe (Donde se muestra la turbulenta relación que el director tiene con sus fans) utiliza una narrativa muy buena, al relatar un conflicto en constante asenso, y descrito por muy diversos puntos de vista.Por supuesto, todo esto acompañado de un buen toque de humor.


Para ser sincero, el documental no era un género que llamase  mi atención hasta hace poco. Consideraba que, siendo yo un aspirante a guionista, ésta era una rama del cine donde mi capacidad como narrador se encontraba completamente limitada por la información obtenida de la investigación y  los datos duros.  No obstante, en los últimos meses he llegado a la conclusión de que el núcleo de un buen documental no siempre radica en encontrar un tema único e inexplorado (lo cuál también puede ser importante), sino en saber presentar el tema elegido, en estructurar la información; en encontrar un código narrativo que de sentido a todas las piezas que le han sido otorgadas a uno, para atrapar al público, cautivarlo y moverlo a la reflexión.

El tráfico de las miradas perdidas



Era muy de mañana, el sol apenas pintaba de naranja la mitad del cielo; entré al vagón del metro y me percaté de que la mayoría de los presentes se encontraban dormidos o por lo menos lo aparentaban. Dos mujeres junto a mí concentraban sus miradas en objetivos diferentes: una hacia la ventana (al vasto paisaje de cemento que cubren los túneles subterráneos) y la otra a un punto en el techo detrás de mí. Volteo para ver el foco de su atención, y me topo con un letrero estampado en el borde del vagón que con imágenes de voluptuosas modelos anuncia la “Euro-sexo 2012”. Regresa mi mirada hacia la señora, pero ahora ésta mira por la ventana también. Sospecho que he sido demasiado evidente y cierta vergüenza la obliga a no voltear más.

Todos evaden ser vistos. Me siento. Espero a que entre más gente con el anhelo de que las nuevas miradas sean más interactivas y explícitas, pero no es así. En cada estación la gente entra y se baja de la misma manera evasiva: Todos duermen o fingen dormir, miran el cemento, o leen los letreros de los bordes. Pocos miran hacia el centro del vagón; sólo se dan vistazos ocasionales. Es entonces que llego a una conclusión:

En el transporte público  (o por lo menos en el metro de la ciudad de México) las miradas se convierten en una red de múltiples líneas que se rodean unas a otras de maneras muy diferentes pero que no se cruzan; Es un tráfico de vistazos donde los choques equivalen a errores.

Las parejas, por su parte, se refugian en los ojos de sus compañeros, pero es evidente que  al perder el contacto con éstos, sus miradas se convierten en parte de ésta red de ojeadas vagabundas. Dicho fenómeno se presentó ya más entrada la tarde con una pareja de adolescentes: Tenían aproximadamente 16 años de edad y vestían el uniforme de su escuela. No se decían mucho, pero cuando se veían a los ojos se besaban intensamente y por largos intervalos; sin embargo, una vez que se separaban no podían soportar el contacto visual por más de unos segundos y sus ojos se dispersaban, así  como si buscaran ocultarle al otro la verdad que guardan en sus pupilas de que en realidad no tienen nada qué decir.


Por otra parte, ya que el metro es para muchos tan sólo una parte incómoda pero necesaria del día a día,  pareciera que la gente evade ser vista porque simplemente no quiere estar ahí, así como si del ser percibido dependiera su presencia.

Durante mi trayecto me decidí a realizar un experimento: En cada estación enfoqué la mirada fijamente hacia una persona diferente, y observé las reacciones. Debo admitir que resultó un tanto incómodo, pero los resultados fueron muy interesantes:
Por un lado, la gran mayoría de la gente, al darse cuenta de mi interés, volteaba la vista hacia un lado completamente opuesto (lo cuál también sucedía cuando entraba un vendedor); sin embargo, me llamaron más la atención dos hombres, en dos estaciones diferentes que reaccionaron de manera similar, pero un tanto hostil. Primero, levantaron la cara molestos, voltearon alrededor para ver si acaso mi mirada se dirigía hacia alguien más, y al final terminaron preguntando “¿¡Qué!?”, acompañado por un gesto de manos y hombros. Debo admitir que al toparme con dichas reacciones y verme intimidado, inconscientemente yo mismo me hice parte del tráfico de miradas perdidas.





Sinfonía urbana- La central de abastos

http://vimeo.com/38202421